En qué momento decide uno despedirse de un gran amigo, cuando realmente
no quiere. Lo súbito, lo imprevisto, lo que cercena tan de golpe una vida, es
muy difícil de procesar y la palabra “adiós” duele tan solo pensarla.
Vivimos en una rutina tan anestésicamente
cruel que perdemos mucho tiempo en banalidades, vivimos para llenar la
cartera como principio indiscutible de vida. El tiempo se ríe de nosotros,
porque pasa y pasa... y muchos solo nos
asomamos a la ventana para ver como
camina, llevándose nuestros mejores años.
El dolor parece que despierta en
nosotros, un repentino sentimiento de aprovechamiento de vida, pero nuevamente el tiempo mitiga esa promesa
interna de sacarle a la vida su jugo, y la rutina tarde o temprano, se acomoda de nuevo en nuestras vidas. Volvemos a ser
piezas de ese engranaje social.
Mi amigo era cabezota como nadie,
grande, aunque tenía más grande el corazón. Se aceleraba como los Ferrari en
pocos segundos, pero después ¡que cómodo era viajar con el! . Sabía de
carnaval, hacía carnaval y amaba el carnaval.
Mi amigo siempre sonreía, era un “payaso” que nos
alegraba la vida.
Una copa de vino, se convertía en la llave que abría una larga conversación, paladeando la
amistad después de un ensayo. La temática,
cogiera por los caminos semánticos que
cogiera, terminaba “arreglando” nuestro
carnaval. Y terminábamos concluyendo que trivializar y relativizar las cosas era el mejor mecanismo para cultivar
una amistad.
Cantaba mis coplas, montaba mis
letras, escuchaba mi voz.
Persona afable donde las hubiera, con
su "mijita" de genio, su voz prodigiosa, su abrazo sincero y con la sonrisa a flor de piel.
Se recomponía a diario para
luchar contra todas las adversidades. Pero ésta vino tan de
frente que no le dio tregua.
Mi amigo se llama, se llamaba y se
llamará Nanin. Porque los que nos quedamos, no podemos arrancarnos del alma, su
voz, su imagen, momentos vividos, nuestros ensayos, sueños compartidos,
carnavales vividos, rocios pateados...
No podemos extraer de nuestra vida
cotidiana sus chascarillos, su compañía, sus silencios… sus broncas.
Recuerdos…
Pero la
rutina volverá a intentar devorarnos, y aunque en el puzle de nuestro alma cada
vez falten más piezas, nosotros seguiremos cantando a la vida, como él le
cantaba, porque él era alegre y
vitalista.
Por eso Nanin un placer haberte
conocido y haberte dedicado parte de mi vida, gracias por dedicarme también
parte de la tuya. Que dolor más grande haberte perdido.
Manuel Fernández
1 comentario:
Era, es y será grande por siempre. Preciosas palabras. Ha sido una pérdida muy triste pero el hecho de recordarlo te da por un lado lágrimas en los ojos y por otro una sonrisa infinita. Hasta luego Nanin.
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